martes, 16 de diciembre de 2008

¿El Ultimo Vals?

Shine a Light de Scorsese es una puta mierda.
Me cago en todo, con mierdas como esa lo único que conseguirán es que un fan de los stones como yo se dedique en cuerpo y alma a la bebida.

domingo, 27 de enero de 2008

Basta

Este artículo lo escribo a raíz de haber visto el trailer de John Rambo, la sorprendente (por el hecho de que exista) cuarta parte de las aventuras y desventuras del veterano de Vietnamo más jodidamente violento y fascista que ha dado la historia del cine. En primer lugar, tengo algunas preguntas como por ejemplo, ¿porque una cuarta parte de John Rambo? y sobretodo, ¿porqué ahora? Supongo que para dar respuesta a la primera pregunta debamos preguntar a la entidad financiera del actor de Rocky y saber si realmente va mal de pasta. A la segunda pregunta, creo que se puede decir que a día de hoy no existen actores que se quieran encasillar en los personajes de acción.
La Jungla 4.0 o Rocky Balboa son ejemplos del que el cine de hoy en día va escaso de carismáticos action heros como lo fueron en su momento Stallone, Arnie, Bruce Willis e incluso el pesado de Mel Gibson. Los viejos rockeros nunca mueren. En este caso, los action heros nunca morirán. Forman parte de nuestras vidas y estas sucuelas que han estrenado ultimamente triunfarán en la taquilla gracias a la nostalgia y no gracias a su calidad.

Quizá disfrutemos con estas películas (yo vi la Jungla 4.0 dos veces en el cine) pero no es mas que otra demostración que HOY EL CINE ES UNA MIERDA. Solo hay segundas partes, terceras partes, remakes y películas que juegan con la nostalgia. Esto es juego sucio, Hollywood. ¿Y lo siguiente que sera? ¿La secuela de Cobra? ¿Un come-back de Tango y Cash? ¿Estara Steven Seagal preparando en su casa el guion de Alerta Maxima 3? ¿Eddie Murphy ya esta pensando en Superdective en Hollywood 4? ¿Un remake de Harry el Sucio? BASTA DE JUGAR CON NUESTROS SENTIMIENTOS.

Pero os lo aseguro, ire a ver John Rambo. Y lo peor de todo es que disfrutaré como un niño.

domingo, 20 de enero de 2008

Slasher

Los 80s fueron víctima de uno de los resurgimientos más profundos en cuanto a géneros cinematográficos se refiere. El cine de terror irrumpió de nuevo con fuerza y retornando, quizá, a la inocencia de la que gozó en la plenitud de la ciencia ficción de los 50s. Si en la década anterior el cine de terror se acabó de materializar como un género, no sólo de puro pasatiempo sino, como algo más complejo y psicológico, en los 80s volvió a convertirse en el pasto de masiva audiencia juvenil.

Podríamos resumir, en líneas muy generales, que el cine de terror en los 80s tuvo como máximo exponente (al menos, en cuanto a cantidad de producciones y correspondientes éxitos) el subgénero, de recién gestación por entonces, Slasher. Éste consistía en la simpleza argumental de un asesino en serie (casi siempre oculto tras algún disfraz o máscara singular) que iba acabando con las jóvenes vidas de inocentes muchachos que dedicaban su tiempo a fumar ridículas dosis de marihuana y a la práctica de sexo precoz (seguramente sin precaución). Visto así, el asesino podría considerarse como el alter ego de la sociedad conservadora que es la estadounidense, y muchos de los jóvenes (público en potencia de estas películas), sentirse, de una manera u otra, identificados con las victimas del film.

Se puede decir que esta corriente empezó ya en los 60s con la película Peeping Tom (“el fotógrafo del pánico”, 1960) de Michael Powell. En ella, el director consigue plasmar los posibles miedos o traumas del espectador en pantalla a la vez que dar rienda suelta a la evolución de estos, presentando una clara obsesión por el rostro humano cuando éste (la víctima) sabe que está ante las puertas de la muerte. La impotencia y el miedo de los rostros se forman como claros pilares con los que el espectador pueda identificarse. La mirada del personaje en el cine de terror es una de las claves para percibir la complicidad con los actores cuando estos se encuentran bajo una situación extrema, cuando está peligrando incluso su propia vida y es este film una exposición clara del morbo que tanto motiva al ser humano.

El film es, evidentemente, un recorrido voyeur ante esta plasmación de la muerte y los miedos que ésta comporta al ser humano. El vouyerismo del asesino en este film es un análogo del propio público y esto queda plasmado magistralmente en la escena en la que Mark no es capaz de matar a la invidente pues esta no puede reaccionar ante su propio rostro al morir, anulando así la satisfacción o morbo del homicida, su único móbil.

Otros personajes poblaron la gran pantalla asesinando en serie como punto visceral de la historia antes de la llegada de los años ochenta. Así tenemos a personajes que han llegado al estatus de culto para muchos (y sus 2 secuelas, precuela y varios remakes con un público fiel lo confirman), Leatherface de Texas Chainsaw Massacre (Tobe Hooper, 1974) sería el claro ejemplo o, en otro caso distinto pero incluso más representativo, el éxito de taquilla de una película como Holocausto Caníbal (1979, Ruggero Deodato), por el simple hecho de venderse como un documental con el registro real de las muertes de los propios autores del film durante su viaje a una región exótica y desconocida para realizar un simple reportaje (morbo e interés que se repetirían de manera idéntica en taquillas muchos años más tarde, con el éxito de El Proyecto de la Bruja de Blair de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez).

Pero el precursor más claro de esta corriente fue sin duda el personaje de Micheal Myers en Halloween (1978, John Carpenter). Él sentó las bases de todo el cine de terror que se rodaría a continuación, además de ser durante mucho tiempo, película independiente de mayor éxito comercial. El psicópata de Myers es simplemente la encarnación del mal y siente la necesidad de matar bajo la máscara del capitán Kirk de Star Trek. Recorre su ciudad natal, en la que mató a su propia hermana cuando sólo era un niño, tras escapar del psiquiátrico cuchillo en mano asesinando a todos aquellos que se le antojan y cruzan por delante. Argumento que se repetiría en sus varias secuelas y en otras tantas sagas que surgirían más tarde como la notable Viernes 13 (Sean S. Cunningham, 1980) en la que se cambiaba la máscara de Kirk por una protectora de jockey y las calles de un cercano pueblo de clase media por los bosques del lago de Cristal. Jóvenes, pequeñas dosis de sexo no explícito, drogas y mucha sangre de manos de expertos como Tom Savini (personaje que traspasaría, gracias a su popularidad, los estudios de maquillaje y efectos para dirigir o actuar junto a gente de la talla de Robert Rodríguez). No fueron pocas pues las películas integrantes de este género, aunque no todas consiguiesen llegar hasta la gran pantalla, acabando directamente en las estanterías más casposas del videoclub del barrio, ¿para qué llevar a la novia al cine, si puedes disfrutar de la intimidad de tu casa mientras tus padres se van de fin de semana? Estaba claro que, además de un público fiel, en muchos casos, las historias sobre psychokillers tenían un objetivo oculto muy claro y quizás más sano. Razón de más para justificar el perfil tan marcado de sus espectadores en potencia.

A destacar el, en un principio anecdótico, fenómeno de censura masiva que se propagó por varios países anglosajones durante la década de los 80s, catalogando estas películas como Video Nasty (cintas repulsivas) y llegando, muchas veces, a prohibirlas rotundamente. Crecieron grandes redes ilegales de distribución de éstas, hecho que retrata el fanatismo por esta dulce chatarra en celuloide. Escapando pues, a las historias más tópicas, más bucólicas y desenfadadas (que, no por ello, eran más humanas), estos espectadores se adentraban en la parte más oscura de nuestra sociedad, en lo más repulsivo de nuestro ser, en lo más bizarro de nuestra psique, pero no por ello dejaba de ser más real e identificable. Está claro que los problemas de distribución son otro factor a tener en cuenta a la hora de reflexionar sobre el por qué de un público tan minoritario pero fiel.

Está claro que la muerte es un tema universal del que todos nos sentimos atraídos de una manera u otra pues todos tendremos que afrontarla en un momento de nuestra vida y somos conscientes de ello. Es por eso que estos macabros retratos nos puedan parecer tan atrayentes a la vez que atroces y repugnantes. Aunque sean muchos los que sientan la necesidad de taparse los ojos en las escenas más explícitas y sangrientas, el resurgimiento continuo del género demuestra que debemos, de alguna manera, saciar ciertas inquietudes animales que, en su defecto, son también humanas, como el vouyerismo o el morbo por lo desconocido, prohibido u obsceno. También sus cualidades como cine barato, sin presupuesto, al mismo tiempo que muchas veces pretencioso en cuanto a efectos y escenarios lo destaque como un arte creativo e ingenioso, aspecto con el que muchos pueden sentirse de alguna manera fascinados. Un perfecto ejemplo de esto podría ser The Evil Dead (Sam Raimi, 1982). De esta manera, los autores se aproximaban al cine de masa y comercial, cada vez más rico en efectos especiales, de una manera más artesanal e ingeniosa y, por ello, no menos creíble.

Pero estamos, además, ante uno de los géneros cinematográficos con mayor fidelidad por parte de un importante sector de espectadores. Se podría decir prácticamente que el cine de terror cuenta con el público minoritario más fiel y constante de la historia del cine. Actores llevados a la categoría de mito por sus carreras largamente dedicadas a personajes de ultratumba, realizadores categorizados como dioses de culto (como demuestra el biopic dedicado a la persona de Ed Wood de Tim Burton en 1994), iconografías inmortales, etc. Las cantidades industriales de merchandising, convenciones, tiendas, festivales especializados (como los de Sitges o San Sebastián por ejemplo) y, evidentemente todo el abanico de secuelas, precuelas y la gran cantidad de homenajes y guiños que entre las propias películas se hacen son una muestra clara. Tan sólo hace falta echar, por ejemplo, un visionado a toda la reciente saga Scream (Wes Craven, 1996, 1997 y 2000) que no deja de ser un claro homenaje a todo este cine de psychokillers ochentero, además de las citaciones directas a las propias películas. O la trilogía en clave de comedia de Scary Movie, el éxito de la cual se basa en la parodia de todas estas películas por lo que, si no formasen parte de nuestra cultura moderna, no tendrían ningún sentido como tampoco tendrían tal aceptación popular y su respectivo éxito en taquilla.

En el Slasher, como en el resto de cine de terror, nos presenta al mal en nuestra cotidianidad y de una manera reconocible a la vez que palpable en su mayoría de casos, por lo que nos resulta creíble. Los psicópatas representan la encarnación del lado más oscuro de la raza humana, lado con el que convivimos a diario pero que no por ello dejamos de temer. Tal vez ese miedo sea la respuesta a su recordatorio que la locura es una posible respuesta al caos sociológico que nos envuelve actualmente. El continúo resurgir y reinvención de estos personajes representan muy bien la inseguridad a la que nos enfrentamos en cualquier situación durante la cotidianidad de nuestros días.

por Javier Ruiz Cortés

domingo, 6 de enero de 2008

El terror y la Decadencia

El cine de terror y fantástico, antes de la década de los setenta, acostumbraba ha hablar sobre amenazas provenientes del exterior. Un claro ejemplo es la década de los cincuenta, en donde a raíz de un contexto histórico marcado por el comienzo de la guerra fría y la carrera nuclear, películas como La Guerra de los Mundos o Ultimátum a la Tierra se convertían en metáforas de lo que podría ser un ataque soviético. Por otro lado, a lo largo de los sesenta, la productora inglesa Hammer realizó una serie de películas sobre mitos del terror como Drácula, Frankestein o Fu-Manchu, del mismo modo que lo hizo la Universal en la década de los 30. Como vemos, en todos los casos, se trataba de películas que hablaban sobre el mal, encarnado en seres no humanos (Dráculas, hombres lobos, momias, yetis, ...) o incluso marcianos. En los setenta, todo esto dio un vuelco de 180º.
Si hay algo que convierta el cine de terror y fantástico de los setenta en algo peculiar y rompedor es que su principal premisa es que el mal estaba en nosotros mismos, los humanos. Teniendo en cuenta de que dicha década se caracterizó (por lo menos en el mundo occidental) por enormes crisis económicas (Petróleo), sociales (racismo) y militares (Vietnam), la perspectiva del hombre por parte del cine y demás artes cambió completamente. El hombre dejaba de convertirse en una víctima para convertirse en el agresor. Además de eso, el cine de terror se utilizó en muchos casos para realizar críticas mordaces contra la situación de autodestrucción que se vivía en los setenta de Nixon. Ejemplo de ello es el hecho de que se comenzaron a realizar una serie de películas que hablaban sobre un futuro apocalíptico y desolado a causa de las acciones de los hombres. Ahí tenemos el caso de las películas que interpretó Charlton Heston como El Planeta de los Simios, Soylent Green o The Omega Man, obras marcadas por un recalcitrante pesimismo en donde la tierra se convierte en la gran víctima de la humanidad y la energía nuclear. Otros casos particulares serían Mad Max o ya más adelante Mad Max 2 o 1997: Rescate en NY del gran John Carpenter, del que hablaré más adelante.

ZOMBI
El cine de terror de los setenta, además de tener un tono marcadamente pesimista sobre el futuro que se avecinaba tenía en muchas ocasiones un trasfondo crítico, ya sea con la política como también con la sociedad del momento. Ejemplo de ello lo encontramos en la filmografía de George A. Romero. Su opera prima, La Noche de los muertos vivientes de 1969, hablaba sobre los peligros del uso de las armas nucleares a través del renacimiento de los muertos a causa de las pruebas nucleares. Más adelante, realizó la segunda parte de la saga, Zombi, escrita conjuntamente con Dario Argento y que transportaba el tema de los muertos vivientes a un centro comercial, la “iglesia” del mundo consumista en el que estaba sumida la población occidental. Una secuencia que ilustra esto a la perfección es cuando los protagonistas van a buscar alimentos en un centro comercial asestado de muertos vivientes. Estos, aunque muertos, actúan como si estuvieran en vida, subiendo escaleras mecánicas, bañándose en fuentes llenas de monedas, mirando escaparates...Se trata de una escena tan cómica y absurda como cruel y sarcástica con la condición humana. Y es que según Romero, los muertos hacen lo que les dicta el subconsciente: consumir.


LA MATANZA DE TEJAS
Alejado completamente de Romero nos encontramos con el singular caso de Tobe Hooper y su opera prima, La Matanza de Tejas de 1974. En está polémica película se plantea la situación de cómo unos jóvenes yankis, paseando por Tejas tienen la mala suerte de cruzarse con una familia de psicópatas completamente alejadas de las urbes. Más que personas, parecen cavernícolas para quienes el contacto con la sociedad ha sido completamente nulo. El mundo descrito por Hooper es decadente, oscuro y tenebroso...pero real. Da igual que los personajes sean estrafalarios y parezcan venidos de otro mundo. La película, que se inspira en un asesino real como fue Ed Gein, pretende dar realismo y veracidad a unos hechos completamente indescriptibles e inimaginables por su sadismo y crueldad. Todo esto crea una sensación de agobio y asfixia que desencadenan en la tan impactante como bizarra escena final en donde la familia psicópata tiene una cena con la víctima de turno. Es en ese momento cuando ese mundo tenebroso, decadente y sádico llega a su punto álgido. Y si da realmente miedo, es porque el director plantea la posibilidad de que eso puede existir en el mundo real. En definitiva, el mal más absoluto puede estar en cualquier lugar y estar encarnado en seres humanos. En cambio las secuelas de la película buscaron un camino más fantasioso e irreal, razón por la que nunca acabaron de funcionar.


HALLOWEEN
Sin dejar de lado a los psichokillers, me centraré en otra de las grandes películas de los 70 como es Halloween, de John Carpenter. Al igual que La Matanza de Tejas, La Noche de los Muertos Vivientes o ya más adelante Posesión Infernal, la película de Carpenter tenía esa misma voluntad de impactar. Aunque su estreno dio rienda suelta a que se explotara la fórmula del asesino loco que mata jóvenes como Freddy Krueger, Jasón o subproductos como Se lo que hiciste el último verano, la obra de Carpenter es un producto que sólo podía aparecer una década tan rompedora como los setenta. Ya en su introducción, con la cámara subjetiva del asesino de niño matando a su hermana y a su novio encontramos muchos matices netamente setenteros. No se si era la intención de Carpenter pero el hecho de realizar una cámara subjetiva de un asesino como es Michael Myers nos describe a la perfección cual era la visión del cine de terror del momento. Con la este movimiento de cámara tan famoso, Carpenter convierte al espectador en voyeur/asesino involuntario de un crimen con lo que se pone énfasis en el tema de darle forma humana al mal.


CARRIE
Finalmente nos encontramos con el caso singular que es Carrie de Brian de Palma. La película se podría describir como una teen movie maquiavélica y terrorífica. En los casos anteriores, los malos eran humanos pero eran los antagonistas. En Carrie, se podría decir que no hay buenos, si siquiera la propia protagonista. Tenemos a una madre cruel y extremadamente religiosa, a un mito de los setenta como John Travolta haciendo de malo y a una protagonista aparentemente inofensiva que guarda en su interior unos poderes muy destructivos. La película describe el ambiente del colegio como un lugar divido por populares (Travolta y cía) y débiles (Carrie). Esta última vive en un ambiente decadente con una madre cruel para quién la religión es la base de la vida. Dentro de ese ambiente decadente y oscuro se mueve la “inofensiva” protagonista, quien en la escena final explotará matando a todos sus compañeros en una orgía de sangre rodada de forma magistral por De Palma. Una escena en donde Carrie, mediante sus poderes psicológicos, convierte en un infierno para sus compañeros el lugar que para ella realmente ha sido un infierno. De ese modo, Carrie no deja de explicar una historia en donde una chica se convierte en una auténtica máquina de matar por culpa del ambiente oscuro y cruel que le rodea, el cual no está formado más que por seres humanos.