martes, 21 de agosto de 2007

CURSO 1999

La obsesion por contar historias en donde se vive en un futuro apocalíptico creo que se remonta a la época de la crisis del petróleo, a finales de la década de los setenta. Películas como The Omega Man, Cuando el Destino nos Alcance o Mad Max comenzaban a hablarnos de como nuestra sociedad se ha podrido hasta tal punto que nuestro destino estaba condenado a la miseria, la violencia y la muerte. Era una visión completamente pesimista del futuro, sin inventos que mejoraran el bienestar y en donde la violencia es el único modo de hacerse con el poder o simplemente, para sobrevivir.


Ya en la década de los ochenta y con el gobierno de Reagan al poder, el cine futurista cambió. Se vivía un momento en donde la derecha se comenzaba hacerse con el poder en todo el mundo mientras los paises soviéticos se iban a tomar por culo. Y esto también afecto al cine futurista de la década de los ochenta. En ellas se nos retrataba un futuro no del todo apocalíptico como el de los setenta sino que se trataba de un mundo en donde las diferencias sociales eran enormes y los gobiernos eran prácticamente dictaduras controladas por grandes corporaciones. En Perseguido, de Schwarzennegger se nos describía un futuro completamente dictatorial en donde los presos se veían obligados a participar en un programa televisivo al estilo Gran Hermano pero lleno de freaks con ganas de sangre y desmembrar a los concursantes. O 1997: Rescate en Nueva York, en donde el bueno de Kurt Russell es un malechor al que le encargan la mision de buscar al presidente de los Estados Unidos quien ha sufrido un accidente aereo en la isla de Manhatan, convertida en el futuro en una enorme cárcel para aislar a toda la basura de los EE.UU.


En el caso de Curso 1999, nos encontramos ante un caso especial y muy significativo de los que fue el cine apocalíptico de los 80. En primer lugar, cabe decir que se trata de la segunda parte del clásico Curso 1984, con lo que se conforma una pequeña saga sobre la educación en los ochenta de la mano de un artista del calibre de Mark Lester, director de Commando. Curso 1984 explicaba la historia de como un profe de música llega a un cole público del peor barrio de una ciudad yanki para hacer una sustitución. En el cole se encuentra un panorama jodido, lleno de punkis chungos drogadictos y para colmo, Micheal J. Fox es el empollón de clase. La idea de la película era decir que hay que aplicar la mano dura contra todos aquellos desgraciados que van al cole solo a traficar con drogas y provocar peleas.


En el caso de Curso 1999 nos encontramos en un futuro completamente apocalíptico, en donde solo hay punks. No hay heavys, no hay popis, ni rockeros ni pelados...Solo punkis. Y con ametralladoras. En realidad, la historia se centra en un barrio en donde todo es tan incontrolable que la policia ya ha decidido no ir con lo que se ha convertido en una zona libre en donde reina el caos y la anarquia. La historia se centra en un chaval de ese barrio que sale de la carcel con la intención de cambiar su vida y no volver a pertencer a una banda. Y para demostrar que ha cambiado, lo primero que hace al salir de la cárcel es ir al colegio. El problema llega cuando vemos que todos los punkis de la zona, aunque se trate de una zona sin poli, asisten al colegio religiosamente. Y lo curioso del asunto es que el colegio es el único lugar en donde hay guardias de seguridad que asustan a todos los punkis. Pero ellos siguen llendo a clase porque liarla en clase y hacer bulling al pardillo de turno es algo que los llena por dentro. Sino, no serian auténticos punks ochenteros.


El director de la escuela, interpretado por un más que acabado Malcolm McDowell (Alex en La Naranja Mecánica) decide, junto con unos tipos de una corporación chunga, meter a tres cyborgs bajo la apariencia de profesores para dar clases, de quimica, lengua y por supuesto, educación física. Y evidentemente, estos cyborgs van obligar que los punkis aprendan la lección y hagan los deberes a base de llaves de karate, puñetazos o obligarles a ingerir cantidades industriales de droga hasta el punto de matarlos.


No diré más porque no quiero fastidiarle a nadie la película, pero solo quiero decir que se trata de una película maravillosa. Un futuro apocalíptico, con punks, un poco de plagio a Terminator y un montón de tópicos que haran de las delicias de los amantes del cine ochentero.


Y es que con esta película, Curso 1984 y Commando, Mark Lester merece una posición en el olimpo de la caspa ochentera junto con Lucio Fulci y Don Coscarelli.

viernes, 3 de agosto de 2007

YO TAMBIÉN ME CRIÉ CON LAS AMERICANADAS


Soy nacido en plena década de los ochenta, concretamente en el 1985. Los de una década anterior aun conocieron o pudieron comprobar que el mundo podía estar dominado por otro país que no fueran los EEUU. Yo, y mis compañeros de generación hemos vivido toda nuestra juventud en el momento de mayor apogeo del único imperio existente. Mis juguetes, desde los transformes a los GI-Joes eran productos genuinamente yankis, embadurnados de barras y estrellas y hectolitros de libertad. Mi generación se puede considerar la primera oleada de jóvenes criados en Europa a imagen y semejanza de los jóvenes estadounidenses.
El cine también tuvo una gran importancia en nuestra educación, concretamente en forma de video cassette y en el caso de los más aventajados, con la forma del entrañable sistema Beta. Semana tras semana, asistíamos a los videoclubes en busca de películas de películas que ahora consideramos como auténticos clásicos como son Predator, Commando, La Jungla de Cristal, Rambo...Yo era un niño y lo único que tenia ganas de ver era a un tipo armado hasta las cejas cargarse a todo aquel que le viniese a tocar los cojones. Curiosamente, todos los personajes de estas películas (salvo John McClane de La Jungla) eran militares o antiguos militares entrenados para matar a todo aquel que intentase ensuciar cualquiera de las 50 estrellas de la bandera de la libertad. Y es que sin darnos cuenta, éramos testigos de una gran oleada de propaganda yanki justo con el final de la Guerra Fría. Se nos demostraba que solo un país podía mandar a los demás y eso quedaba representado a través de Arnold, Bruce Willis y Stallone, los tíos que siempre quisimos tener.
Observen el caso de Rocky 4, película en la que el archiconocido personaje interpretado por Silvestre Stallone se enfrenta en el combate de boxeo más importante de la historia al campeón de los pesos pesados de la URSS (ahora que lo pienso, ¡el nombre de este país imponía joder!), Ivan Drago. Este tipo de más de 2 metros de altura es el mal personificado: soviético, frío y está dopado hasta las cejas. La película se plantea como un enfrentamiento entre capitalismo y comunismo sobre un ring, en donde Rocky, sin doparse y con un bañador con barras y estrellas es capaz de vencer a la semi máquina soviética. Y que te digan cuando eres un niñato que un yanki sano como un roble de poco mas de medio metro de altura puede ganar a un soviético dopado hasta las cejas y con una pegada de 800 kilos de presión te quedas un poco petrificado.
Películas como esta, Rambo II y III, Cobra o en el caso de Sualzeneguer Commando o Predator eran obras que decían las cosas claras: solo los yankis pueden acabar con los malos. Ellos son los más fuertes y solo ellos y nada más que ellos podrán vencer a las fuerzas del mal, vengas de la URSS, del hiperespacio o de cualquier república bananera. Eso por no hablar de las películas de Chuck Norris y concretamente una que me hace especial gracia, Invasión USA, en donde se plantea la surrealista situación de una invasión a USA por parte de un superterrorista soviético. El problema surge cuando nos damos cuenta de que el ejército yanki no puede frenar el ataque. Solo el bueno de Chuck podrá hacerlo de la mano de unas cuantas granadas, un par de ametralladoras y la excusa de que han matado a su mejor colega. Y es que así eran los ochenta, en donde un solo yanki puede enfrentarse sin despeinarse contra más de 10000 malos a la vez, ya sean soviéticos, cubanos, marcianos o andorranos.
De todos modos, el patriotismo yanki de los años ochenta era bastante inofensivo, evidente y hasta divertido. El objetivo era simplemente evidenciar que los yankis eran los buenos y los comunistas los malos. Los yankis podían ir al súper y comprar coca-cola y donuts mientras que en la URSS se tenían que hacer colas solo para comprar un croissant, con lo que la gente desayunaba a la hora de comer y comían a la hora de cenar. Esto queda evidenciado en una enorme frase de Rocky IV cuando uno de los socios del boxeador yanki suelta, nada más llegar a tierras moscovitas “aquí no podremos ver la Super Bowl”. Pero un día la Guerra Fría se acabó y los Estados Unidos eran la única potencia mundial. ¿Cómo iba a reaccionar el cine ante esto si ya no había malos?
El hecho de no tener enemigos era un gran problema. Ya no existía una amenaza real en el mundo con lo que no había muchas excusas para desarrollar un discurso patriótico pro-yanki. En un principio se intentó hacer un cine en donde aún existían resquicios de la amenaza soviética, encarnada en exmilitares comunistas disconformes con la situación y reconvertidos en terroristas internacionales con ganas de joder la marrana. Pero se trataban de historias poco reales y poco atractivas así que se decidieron ir a lo grande. La amenaza de un grupillo de terroristas de poca monta no era suficiente para atraer a las masas al cine con lo que se decidió asustar a la gente con amenazas provenientes del exterior de nuestro querido planeta Tierra.
Y ahí es donde llegamos a una obra del calibre de Independence Day, dirigida por el alemán que siempre quiso ser yanki, Ronald Emmerich, creador de sendas obras de culto como Soldado Universal, Stargate o la imprescindible (lo digo en broma) Godzilla. Independence Day cuenta la historia de cómo un grupo de marcianos con unas naves de tamaño colosal deciden invadir el planeta Tierra días antes de la celebración del día de la independencia de los Estados Unidos de América. Los marcianos comienzan a destruir todas las ciudades más importantes del mundo, incluido Washington con lo que parece que no hay escapatoria. Pero el problema es que el 4 de Julio es un día en donde los yankis están doblemente motivados, y por sus cojones no van a dejar que les jodan el día más importante del año, con lo que hasta el presidente se pone manos a la obra para destruir a esos marcianos de mierda.
La película, cuando la vi en el cine a la tierna edad de 11 años me la trague con patatas. Me la tome totalmente en serio y si os digo la verdad, me emocionó hasta el punto de ponerme la piel de gallina, la escena final en donde el presidente decide pilotar el caza para cargarse a la nave madre de los invasores intergalácticos. Una escena contada así puede parecer (y es) totalmente hilirante y fuera de lugar. Pero eso, si lo ves a ciertas edades te lo crees. Y hasta es posible que el mismo Ronald Emmerich se lo creyera porque la película no parece auto parodiarse en ningún momento sino que al contrario, parece tomárselo todo muy en serio.
Si este fuese un caso aislado pensaría que Ronald Emmerich era un cachondo e Independence Day una suerte de parodia. El problema viene cuando ves sus obras posteriores, como Godzilla o El Patriota, interpretada por Mel Gibson. En esta última se nos cuenta un fragmento de la corta historia de los Estados Unidos de America, concretamente en la guerra de la Indepencia contra los crueles y malvados británicos. El bueno de Mel Gibson es aquí un colono yanki, crisitiano, trabajador e hijo de 500 hijos, a cual más valiente y rubio. Todo es muy bonito y tranquilo hasta que viene un malvado ingles recien salido de una barriada de Manchester para quemarle la casa y destruirle la familia con lo que el valiente tipo se toma la venganza. Y dos horas de metraje después, vemos a Mel Gibson en pleno campo de batalla defendiendo su tierra matando a todo ingles que se encuentra con una bandera de los Estados Unidos de América, país de la libertad, las oportunidades y los hot dogs. Esta escena llega hasta tal punto de locura que en un momento, Mel, cual William Wallace le clava al malo de turno la bandera de su país en todo el pecho...en cámara lenta, claro.
Dejando a un lado a Ronald Emmerich, deberíamos citar a otro de los grandes de la americanadas como es el caso de Michael Bay, creador de obras cumbre como La Roca, Armaggeddon o Pearl Harbor. Sobre La Roca, personalmente no tengo nada que decir porque se trata de una película grandiosa, rebosante de acción y en donde, aunque haya un mensaje proyanki y promilitar, se trata de una película entretenida y buena. El problema comienza a llegar con Armaggedon, película delirante donde las haya en donde se nos cuenta la historia de cómo un enorme meteorito está a punto de colisionar con el planeta Tierra y provocar una hecatombe similar a la producida hace millones de años cuando los dinosaurios dejaron de existir. Realmente, el tema daba para mucho si no fuera por como lo desarrolla el bueno de Michael Bay. ¿Cuál es la solución para acabar con tal amenaza? Pues contratar a un grupo de petroleros que de dedican a desvalijar reservas en el golfo pérsico para que vayan al meteorito y tras perforarlo, meter una bomba nuclear que destruya a la amenaza. Dicho así puede parecer una historia apasionante, llena de tensión y todo lo que queráis. Pero si lo analizamos con más calma y detenimiento nos damos cuenta de que estamos ante una historia que además de proyanki nos deja claro que la salvación del mundo viene determinada por los dos aspectos que han convertido a los EEUU en la primera potencia mundial: el petróleo y la bomba nuclear. Y si a todo esto le añadimos un final dramático lleno de primeros planos en cámara lenta de gente llorando, banderas yankis ondeando (también en cámara lenta) y la balada que mi hizo odiar a una de mis bandas favoritas como es el caso de I don’t wanna miss a Thing de Aerosmith pues nos encontramos ante una de las americanadas más grandes y pomposas jamás rodadas en la historia del cine. Y al igual que sucedía con Independence Day, Armaggedon parecía tomarse muy en serio así misma.
Se podría escribir un libro entero dedicado al fenómeno de las americanadas y de cómo nos han influenciado en nuestras infancias. Podríamos citar otras películas como Deep Impact, Con Air, Transformers, Salvar al Soldado Ryan y un largo etcétera de películas que exaltan el orgullo yanki y encima llenan los cines de todo el planeta. Hemos sido víctimas voluntarias de unas historias que exaltan los valores de un país que nos domina y a decir verdad, muchas veces salimos encantados de la vida. Cuando vemos una película como Black Hawk Derribado en donde 100 yankis de cepillan a 1000 negros somalíes nos lo pasamos pipa con escenas de acción tan espectaculares como vacías. Sin embargo llega un punto que te llegas hartar y tantas barras y estrellas comienzan a no ser tomados en serio. ¿Os que alguien se tomó en serio el final de Spiderman en donde el héroe arácnido, tras acabar con los enemigos, se va a un edificio y se planta junto a una enorme bandera de los EEUU? ¿Había alguna razón? No. ¿Por qué lo hicieron? Pues supongo que porque al quedarse sin Torres Gemelas, debían exaltar un poco más su orgullo patriótico. ¿Había otra forma de hacerlo? Pues pregúntenselo a Sam Raimi, el director de la película. Él es el único que tiene la respuesta para acabar una gran película de una forma tan penosa.
A decir verdad, me alegro de haberme criado con estas películas. Os doy las gracias por haberme hecho pasar tan buenos momentos...¡Pero basta! Lo único que habéis conseguido es que comienza a tomarme muy poco en serio a los Estados Unidos de América.

Guillermo Álvarez Chaia