
Un lunes cualquiera de mediados de Julio entré al bar en busca de mi café y mi dosis de Mundo Deportivo. Pero Pepe ya no estaba. Me encontré con un chino detrás de la barra que no tenía ni jota de hablar el castellano, ni el catalán ni el puto esperanto. Le pedí un cortado. Se gira, no dice nada, hace el café y me lo da. Luego teclea en la máquina el precio, lo señala y yo le pago. Luego se va a atender a un nuevo cliente. Me tomo el café, leo que el Barça a fichado a Henry y me meto en la oficina. Estaba triste. Pepe se había ido. Ahora mi camarero era Mao, o To o como coño se llamase.
La cosa es que ese mismo día decidí cambiar de bar. No me considero un racista, de hecho soy todo lo contrario. Solo que algo tan de aquí como un bar no puede estar regentado por un chino. Los badulaques son cosa de los paquis, los bazares de los chinos, las inmobiliarias de los vampiros...pero el bar es de la gente de aquí. El que conoce tu barrio, el que conoce a todos sus clientes desde antes que se casaran, el que sabe todo de las dos manzanas a la redonda. Ese es el dueño de un bar. Más que un mero camarero, es un portador de sabiduría cotidiana. Un moderador en las discusiones, una persona al servicio del bienestar de las personas que viven en su manzana, un guía espirtual siempre con una gran historia que contar.
Nada más pasarme esto, llamé a un amigo para quien los bares también son un punto escencial en su vida. Le conté lo del chino en el bar y no pareció sorprenderle. De hecho me dijo que un amigo fue a un bar de Gavá también regentado por chinos, y pidió un bocadillo de fuet. El chino le preguntó que qué era el fuet. Y el colega le señaló que fuet era aquello que tenía colgado a su espalda, al lado del escudo del Betis. El chino tenía un bar en Gavá (de población de mayoría andaluza) y no sabía ni lo que era el fuet y seguro que desconocía lo que era el Betis. Algo no cuadraba en mi cabeza y seguramente en la de mucha gente. Los bares, el gran atractivo de este país, se veían conquistados por los chinos. ´
Un día me mudé a Barcelona. Cosas de la vida, los dos bares de la zona estaban regentados aún por nativos. Uno de los bares era el Bastión madridista del barrio, el otro un bar pequeño y alargado con puertas de aluminio y extractor de ventilador en la entrada. No pasaron ni dos meses cuando el bar de los madridistas fue comprado por un chino. Al principio yo solo iba al bar pequeño y alargado hasta que un día me aventuré a saber como se la manejaba el chino. Fui a su bar y desde entonces me he vuelto un auténtico fan. Su nombre es San Yun y os aseguro que es el mejor barman que he conocido en mi vida. Parece haber estado estudiando nuestras costumbres durante más de cuatro años y ha conseguido convertirse en el guardián de mi manzana. Me regala cervezas, me reserva mesa cuando hay partido, me da olivas con la bebida, y lo que es más importante, me trae El Mundo Deportivo a la mesa junto con el café porque sabe que mis dos neuronas aún están dormidas.